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lunes, 30 de julio de 2012

José Clemente Orozco, el genio matemático

•Al inicio de los 30, en Nueva York, Orozco entra al Círculo Délfico, por invitación de sus amigos los Sikelianos, lo que influye en su mural en el Pomona College

GUADALAJARA.- La primera vez que se escapó a la hora de comer para ver la muestra José Clemente Orozco: Pintura y Verdad descubrió que éste era un genio matemático y se desconcertó: “ah, caray, ¿qué no era un muralista?” Hasta abril, el policía estatal sólo conocía el fuego que se abre contra los “enemigos” en estos tiempos de lucha contra el narco; por esa misma razón se negó a dar su nombre. En mayo, descubrió el fuego del pintor jalisciense por casualidades de la vida: le tocó hacer guardia en el Instituto Cultural Cabañas (ICC) para cuidar las piezas del colombiano Fernando Botero.

Lo suyo, lo suyo, es la adrenalina, confiesa el agente parado como soldadito en una de las salas del edificio declarado Patrimonio de la Humanidad, con un anillo y un reloj de plata toscos como sus manos, que sostienen un rifle que igual usa en “combate” que para resguardar pinturas. El arte no figuraba en su vida, hasta que Orozco se cruzó en su camino: “Cuando volteé a la cúpula del Cabañas no podía dejar de ver los murales. Sus colores me transportan, me generan un gran sentimiento de identidad, valoro más mis raíces. Todos los días me doy mi tiempo para que los guías me expliquen más”.

Carlos Monsiváis no se equivocó al decir que la pintura del zapotlense es inolvidable. Y es que la “fuerza” del trazo que obsesionó al policía, es la misma que impactó desde su infancia a Miguel Cervantes, curador de la exposición de José Clemente Orozco (inaugurada el pasado 25 de marzo), visitada por más de 50 mil personas hasta la fecha y que en octubre viajará al Museo de San Ildefonso, en la Ciudad de México. 

Preguntarle a Miguel Cervantes sobre José Clemente Orozco es tocar la puerta a una de una de sus pasiones. La entrevista se realiza en su oficina, en la Ciudad de México, donde abundan piezas de artistas tapatíos como Juan Soriano y Paula Santiago. 

Primero aclara que su interés original es por la producción artística de Jalisco. Ha curado exposiciones en el ICC (de Mathias Goeritz y Ricardo Legorreta), de María Izquierdo y la de Jalisco, genio y maestría; además era íntimo amigo de Juan Soriano. 

“Estoy convencido de que la riqueza artística de Jalisco tiene que verse como un fenómeno regional dentro del país, porque hay un dato muy importante: los monjes que fueron a esa zona eran principalmente franciscanos”, relata Cervantes.

Otro dato es que Nueva Galicia no fue una zona minera y la vida era más austera, relacionada al mundo rural. “Cuando se mezcla esta sencillez y el pasado franciscano, se entienden rasgos de la producción artística”. Para ejemplificar, recuerda la arquitectura de Barragán y los retratos de José María Estrada. 

En 2007, la directora del Cabañas en ese entonces, María Inés Torres, lo invita a coordinar la exposición de Clemente Orozco. “Le dije a ellos que tenía que pensarlo, porque era un compromiso fuerte, y que tenía que ser una revisión crítica, como Paz la hizo”. 

Miguel Cervantes aceptó la propuesta, con la condición de hacer una revisión a fondo. El equipo de investigación inició revisando la bibliografía, releyendo la crítica histórica, catalogando obras y armando una base de datos. 

El dibujo
José García es estudiante de Ingeniería Mecánica. Está sentado en la sala donde se muestran los dibujos de El Hombre de Fuego, con el libro 1984, de George Orwell, a un lado. En su primer día cuidando el espacio como parte de su servicio social, aprendió lo que nunca habría escuchado en la escuela: la relación entre las matemáticas y el arte. “Creía que la pintura eran puras siluetas. Y ahora me doy cuenta que estos bocetos están calculados, que tienen ingeniería (Orozco plasmó con lápiz sus ecuaciones en el papel)”.

En su estudio, Miguel Cervantes explica que colocó los dibujos preparatorios con toda la intención de mostrar la evolución estilística del autor y como uno de los ejes principales de la exposición Pintura y Verdad, ya que son “extraordinarios” y están relacionados con sus murales. 


Prende otro cigarro y toma el catálogo: “Quiero que sientas su capacidad al dibujar”. Se detiene en la Escuela Nacional Preparatoria (ahora Museo de San Ildefonso) y señala los cinco murales que Orozco borró “cuando regresa a terminar la obra, porque eran muy académicos y hay una profunda crítica a sí mismo. Aquí están las ideologías, la revolución y el franciscanismo. A través de él fui atando cabos de la historia de Nueva Galicia”. En estas pinturas aparece otro elemento común en toda su trayectoria: la caricatura, la sátira del mundo político y social.

“Una de las conclusiones a las que llegué es que el muralista nunca abandonó el dibujo al natural, lo mantuvo hasta el fin de su vida”. 

La Revolución
Una parada obligada en la trayectoria del artista es en 1926, en Orizaba, donde hace suyo el tema de la Revolución. Los siguientes dos años realiza en Nueva York una serie de tintas que abordan el tema. “Esa sala es bestial”, remata Cervantes.

La mayor parte de su producción en EU se vendía a través de la Galería de Alma Reed, y pocas se vendieron en México, a personajes como Carrillo Gil. Por ello, muchas no pudieron localizarse. “Esta serie de tintas de la Revolución es uno de los capítulos del dibujo más notables que tenemos de la historia del arte en México”.

No por nada, Juan Tablada llama a Orozco “el Goya mexicano”, apodo que nunca simpatizó al jalisciense.

Su asombro por los paisajes que dejó la Revolución, se mezcló con las anécdotas de la crisis económica de 1929 en Estados Unidos. “Vive el crash en el país más rico del planeta. Es un tema que escandaliza a Orozco y que se refleja en la serie que pintó en Nueva York”.

Una de las piezas que más sorprenden a Cervantes es Los Muertos, de 1931, un óleo de rascacielos derrumbándose, “que refleja la caída de la modernidad”.

En las composiciones también son comunes las construcciones escenográficas, “probablemente muy influenciado” por el teatro al que Orozco acudía en las carpas de la Ciudad de México. 

La geometría
Al inicio de los 30, en Nueva York, Orozco entra al Círculo Délfico, por invitación de sus amigos los Sikelianos, lo que influye en su mural en el Pomona College: El Prometeo, “como el Dios que trae el fuego al hombre; es un paradigma de civilización”.

En los dibujos preparatorios cada vez aparecen más operaciones matemáticas, ya que es la etapa en la que incorpora la teoría de la simetría dinámica que propone Jay Hambidge.

“La geometría cada vez es más compleja, de una precisión absoluta. Y se nota en su siguiente obra en la New School for Social Research. Además, incorpora a héroes civilizatorios, como Gandhi, Lenin y Carrillo Puerto; es la revolución como transformación del hombre”, cuenta Cervantes.

La exposición fue divida en 34 momentos y de manera cronológica. Miguel Cervantes no puede ocultar su obsesión y su redescubrir al artista en cada paseo por sus imágenes. Cuando se trata de Orozco, no le preocupa el tiempo.

Del regreso del pintor y los murales que hizo principalmente en Guadalajara, resalta que “algo que siempre le impresiona es cómo traduce el dibujo a los muros. Porque en papel un trazo de tres centímetros puede ser de un metro en el mural, entonces pintas con el cuerpo. Y lo impactante es que no usaba calcas, los bocetos los traducía directos”.

Es pues, como si las matemáticas se incorporaran a su memoria corporal.

El curador no tiene claro aún cuál es el misterio de la personalidad de Orozco, “su melancolía, la hosquedad, la introspección, el ensimismamiento, no lo sé. Pero es evidente que la pérdida de una mano de su capacidad visual en la juventud, le tuvo que haber afectado; para un pintor la mano es sagrada”.

Sin saber qué tanto influyó esto en su creación, “en Orozco se nota una sabiduría visual”. Otro elemento importante para Miguel Cervantes: José Clemente Orozco es el príncipe del claroscuro, “más tonal como lo fueron Goya o Picasso. Su paleta sobria es contraria a la de coloristas como Matisse”. 

La verdad
Tres historiadoras del arte de la Ciudad de México visitaron la semana pasada José Clemente Orozco: Pintura y Verdad. Lo primero que preguntaron es por qué se utilizó la palabra “verdad” para el título.

Alicia Lozano alguna vez explicó que se debía a la búsqueda de la verdad del artista. La reflexión de Cervantes es similar, porque “¿hasta qué grado a la pintura le concierne la verdad? Y sí creo que Orozco tenía una ética artística en la que sacar su verdad era importante. No se refiere a La Verdad, con mayúscula”.

Siguiendo con la exposición, la historiadora por la UNAM Itzel Rodríguez Mortellaro considera que no hay muchas novedades, y que se quedó con ganas de ver xilografías, piezas de contorsionistas, monjas, cementerios y dibujos en periódico que no están incluidas. “El 90% de las obras son bastante conocidas”.

Por su parte, Ana Garduño opina que la muestra es más una recopilación de obras y que no hay investigación, pues en la mayoría de las fichas se repite información de personajes como Justino Fernández. “Se pierde la oportunidad de hacer una revisión crítica”.

Como sea, las tres investigadoras que viajaron a Guadalajara para ver la muestra, confiesan que la disfrutaron, principalmente los dibujos preparatorios.

Y aún con los cuestionamientos, tanto empleados del Cabañas como extranjeros y artistas locales han gozado de las más de 300 piezas, porque el simple hecho de ver la obra, “se agradece”. (Cortesía del diario El Informador)

Domingo 04 de julio de 2010
Alejandra Guillén (El Universal)
cultura@eluniversal.com.mx

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