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martes, 10 de abril de 2012

Pastelillos de palabras


Por Andrea Herrera

Que detrás del puesto de pasteles, estaba el aire que corría y la gente que pasaba.
Nadie veía los pasteles, una pena. Porque los pasteles estaban esponjosos, coloridos y adorables. Tenían formas varias y esperaban. Ahí, para que se les vea, les vieras que tú les contemples, con esa textura tan de ellos: textura pastélica… ¿será?

Luego a los escritores, sobre todo a los grandes; les da por conjugar palabras inconjugables, conjugan hasta los adverbios. Pero es así, el lenguaje, a veces, si no es que siempre, no logra expresar lo que se viene, lo que se siente. La cuestión realmente, no es que la palabra no quiera y no es por capricho, es simplemente que afirma que N-O P-U-E-D-E. Es imposible y complicado, como una red de telaraña vieja, suplicar a las palabras que expresen lo que el pecho encierra, lo que la sonrisa desbordada hasta el sangrado, y las mordidas dadas al cup-cake, algo de harina y huevo.
 
Cuando sujetas mi mano está el calor del café presente delante de mí, junto al panecillo. La palabrería no lo expresa como “calor de café en mano con glasé”, entonces yo me limito. Y así, decido sujetarte más fuerte y por debajo de las venas.
Las palabras no ceden. Entonces nos fragmentamos y nos rompemos.
Incluso en este momento, la palabra es nadie y es nada. La letra se deforma.
Corre una tinta y las mordidas sobre tanta palabrería.

En el fondo nos sentimos y nos vemos tan pastelillos. Detrás de nuestra vitrina luminosa, tan quietos. Aguardamos con nuestra pastélica consistencia, humana, muy humana. Intentando comunicarnos, con palabras y azúcar; esperando algo, aguardando, alguien, ser visto o simplemente algo. Pero esperamos sobre todo ser devorados con, palabras verdaderas.
Y después la muerte, más, más y allá, la muerte. La muerte de la palabra arrodillada ante la caracola sorda de nuestro oído, así: tan simple, dirigida al precipicio.