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miércoles, 24 de octubre de 2012

Salman Rushdie: insisto en mi derecho a la libertad de expresión


•Entrevista con el escritor indo-británico acerca de su nuevo libro de memorias
Joseph Anton, título inspirado en los nombres de sus dos narradores favoritos, el cual utilizó como alias durante la década que vivió escondido Escribir es una investigación interna del alma, dice El escándalo no garantiza la inmortalidad, manifiesta el autor de Los versos satánicos.

Durante más de una década, el escritor Salman Rushdie tuvo que vivir escondido de extremistas musulmanes que buscaban asesinarlo en cumplimiento de una fatwa iraní. Der Spiegel habló con Rushdie acerca de esta dura experiencia y de la razón por la que ahora ha decidido escribir sobre ella en sus nuevas memorias.

–Señor Rushdie, usted puso a sus memorias el alias que adoptó durante el periodo en que estuvo oculto.
–Sí. Lo primero que me dijeron los policías era que necesitaba un alias para realizar ciertos movimientos prácticos: había que alquilar casas secretas, necesitaba una cuenta falsa de banco y tenía que firmar cheques. Además, mis guardaespaldas necesitaban un nombre en clave para referirse a mí. Pero intenten pensar en uno; yo lo estuve pensando varios días.

–Y luego, entre todas las posibilidades, escogió Joseph Anton. ¿Por qué?
–Son los nombres de mis dos escritores favoritos: Joseph Conrad y Anton Chéjov. Al principio quería usar el nombre de un personaje que había creado para mi nueva novela: era un hombre de mente un poco confusa, también escritor, y se llamaba Ajeeb Mamouli. Me parecía apropiado: ajeeb significa extraño, y mamouli, normal. Así que yo era el señor Extraño Normal, una contradicción cambiante. Así me sentía.

–¿Y entonces?
–Bueno, a los encargados de mi seguridad no les gustó. Difícil de recordar y de pronunciar, y demasiado asiático. Nuestros enemigos acabarían sacando conclusiones, dijeron. Entonces combiné los nombres de otros escritores que me gustan: Marcel Beckett, Vladimir Joyce, Franz Sterne. Todos eran ridículos.

–¿Pero Joseph Anton sí les gustó a los guardaespaldas?
–Les encantó. De allí en adelante fui Joe, por 10 años. Hey Joe. Yo lo detestaba. Cuando estaba solo en la casa con ellos, siempre decía, oigan, chicos, ¿por qué no dejan de llamarme Joe un rato? No hay nadie aquí y todos sabemos quiénes somos. Fue inútil. Luego me dije: Joe, debes vivir hasta que mueras.

–¿Murió Joe cuando su guardia personal se suspendió, en 1999?
–Sí. Me sentí aliviado.

–Y sin embargo, ahora lo ha resucitado.
–Porque quería que la gente entendiera lo extraño que es vivir en un mundo en el que uno recibe la orden de renunciar a su nombre.

–En una entrevista con Der Spiegel, hace año y medio, nos dijo que ese periodo le causó un gran daño emocional y sicológico. ¿Le ha ayudado escribir sobre él?
–Durante mucho tiempo no me sentí capaz emocionalmente de revivir la realidad de esos días. No quería hacerlo. Pensaba: he salido de ese túnel oscuro y he conseguido cerrar la puerta a lo que quedó atrás. ¡Déjala cerrada! Pero siempre supe que algún día escribiría sobre ella. Llevé un diario casi desde el primer día.

–¿Todos los días?
–Casi todos. A veces eran sólo apuntes breves, a veces relatos más extensos. Lo convertí en miles de páginas… el caos total. La Universidad Emory, en Atlanta, las catalogó para mí. De pronto tuve ante mí toda mi vida bajo la fatwa, día por día. Fue una conmoción. Las entradas del diario iban desde el otoño de 1988, cuando se publicó Los versos satánicos, hasta 2003.

–¿Sabía que llegaría a escribir al respecto, o fue una especie de autoterapia?
–Escribí para ser capaz de recordar. Fueron sucesos tan poderosos, y todo ocurrió con tanta rapidez, que sabía que de otro modo no podría recordar lo que había ocurrido. En esos días de extrema soledad y aislamiento, escribir era a veces lo único que me quedaba.

–¿Cómo eran esos días?
–El día que se publicó la fatwa, el 14 de febrero de 1989, salí de mi casa en Londres y no sabía que no podría volver durante años. Al día siguiente comenzó la Operación Malaquita, nombre que la sección especial de la policía de Londres dio a mi caso. En los primeros meses me trajeron de aquí para allá, en hoteles, extrañas hosterías administradas por policías retirados, departamentos de amigos y, más tarde, departamentos y casas que eran rentadas a última hora. Arrancaba mi día encontrándome con mis guardaespaldas, vestido aún con piyama.

–¿Cuántos guardias tenía?
–En todos los años tuve siempre dos guardias las veinticuatro horas. También había dos choferes y dos autos blindados, un viejo Jaguar y un Land Rover aún más viejo. Siempre nos escoltaba el segundo auto por si el primero se averiaba.

–¿Es posible habituarse a eso?
–Sí, claro. Pero siempre había una voz fuerte en mi cabeza que se negaba a hacerlo. Rehusaba permitirme aceptarlo como mi vida. Todo el tiempo traté de que terminara.

–Usted luchó abiertamente. Se defendió y trató de convencer a Irán de que derogara la fatwa. Como resultado de su lucha, se agotó y se hizo de muchos enemigos más. ¿Hizo lo correcto?
–Me negué a renunciar a mi visión del mundo y a aceptar la sensación de seguridad que me proporcionaban los policías. Cuando eso ocurre, uno se vuelve su criatura y tiene que hacer lo que ellos dicen. Apreciaba mucho la forma en que me protegían, entendía lo importante que era, y algunos de mis guardaespaldas se hicieron mis amigos. Pero mi campaña pública y las negociaciones con el personal de seguridad tuvieron siempre el objetivo de recuperar una vida normal.

–¿Qué consideraba una vida normal, dadas las circunstancias?
–Sencillamente la oportunidad de encontrarme con los lectores al publicar un libro, o una firma de libros. Pero los guardaespaldas no querían eso. Su razonamiento consistía en puras evaluaciones de riesgo. Estaban orgullosos de no haber perdido nunca a un principal, que es como llamaban a las personas que protegían, y querían seguir así. Entendían las necesidades básicas en la vida de una persona, como poder reunirme con mi esposa y mi hijo, o incluso salir a comer con amigos de cuando en cuando. ¿Pero una firma de libros? Para mis guardaespaldas, el esfuerzo en seguridad excedía con mucho el beneficio. Con el tiempo llegué a convencerlos de intentarlo. Esperaban miles de manifestantes, pero no llegó ninguno. Así que la vez siguiente fue más fácil. Hubo muchas batallas como ésa; en eso consistía mi vida.

–¿Sabe usted lo real y concreta que era la amenaza contra su vida?
–Cuando me reuní con los guardaespaldas, el día después del anuncio de la fatwa, decían que me iban a tener escondido y protegido en un hotel por unos días, hasta que el asunto se resolviera solo. Pero nada se resolvió. Más tarde hubo incidentes que hicieron palpable la amenaza. Un hombre se voló en pedazos en un hotel barato de Paddington cuando trataba de armar una bomba. Resultó que yo era el objetivo. Luego hubo serios ataques a dos de mis traductores y a mi editor noruego. Ninguno fue obra de aficionados, sino de matones profesionales, presumiblemente contratados por el régimen iraní.

–¿Lo mantenían al tanto del estatus de la amenaza?
–Los policías me decían cuando el nivel subía, y una o dos veces por año me llevaban al cuartel de la inteligencia británica para reunirme con los oficiales a cargo de mi caso. Eran impresionantes: personas que no se andaban con tonterías y sabían de lo que hablaban.

Ya no necesito que todos me amen

–Sin embargo, en el libro escribió que los altos oficiales de la policía tenían reservas sobre usted.
–Esa era la actitud. Que yo no era una persona digna de protección. ¿El ministro de Irlanda del Norte? Okey, eso lo entendemos. Pero yo no era como los otros, los que merecían protección porque habían hecho algo por el país. Yo era alguien que recibía protección porque había causado problemas. En su opinión, era culpa mía que los musulmanes anduvieran detrás de mí. Algunos miembros de la policía, no todos, no entendían por qué alguien querría hacer tanto escándalo por un asunto tan absurdo. Si por lo menos mi libro hubiera sido sobre Inglaterra…

–Las críticas no sólo venían de la policía y los musulmanes, sino cada vez más de colegas e intelectuales. Tal vez su crítico más punzante, John le Carré, lo acusó de atacar a un enemigo conocido, que reaccionó como era de esperarse, y entonces se llamó agredido.
–Creo que tal vez se arrepintió de haber dicho eso, porque es una forma de decir que todos los intelectuales que alguna vez levantaron la voz contra tiranos merecían lo que recibieron. García Lorca conocía la brutalidad de Franco. Osip Mandelstam sabía lo que había que esperar de Stalin. ¿Debieron cerrar la boca? Elevar la voz contra enemigos conocidos es precisamente lo que los escritores han hecho con honor a lo largo de la historia de la literatura. Le Carré fue por lo menos ingenuo al decir que es culpa de ellos: deshonró la historia de la literatura.

–Pero tal vez atacar una religión no es lo mismo que criticar una dictadura.
–Insisto en el derecho a la libertad de expresión, aun tratándose de religiones.

–Entonces, para algunos usted se convirtió en mártir de la libertad de expresión, como John Updike lo expresó alguna vez, en tanto para otros fue un buscabullas que ofendió sin necesidad a millones de musulmanes. Esta presión pública se añadió a la amenaza en su contra. ¿Es posible hacer a un lado algo así?
–No. Pero Günter Grass me dio un consejo valioso. Él tuvo un problema similar con su muy pública imagen. En algún momento, me dijo, se vio como dos personas: una era Günter, a quien conocía y a quien su familia y amigos conocían. La otra era Grass, quien salió al mundo y causó alboroto. Una vez me dijo: A veces tengo la sensación de que puedo enviar a Grass al mundo a causar alboroto, mientras Günter se queda pacíficamente en casa.

–Así pues, en su caso fue Joe, el hombre a quien sus guardaespaldas protegían. Y luego era Joseph Anton, quien rentaba casas y firmaba cheques. Y luego era Rushdie el buscabullas, y Salman el escritor que se guarecía a solas en su escondite. Es para volverse loco.
–Fue una locura en verdad. Había una enorme distancia entre la percepción pública y mi verdad privada. Creo que mientras más prominente es uno, más se ensancha la división. Por ejemplo, estoy seguro de que Madonna no se concibe como la persona que es en los periódicos. Alguna la vez la conocí y, para ser sincero, me pareció bastante convencional. Hablaba de precios de inmuebles. Fue la única vez que me reuní con ella, y de lo único que habló fue de los precios de propiedades en la zona de Marble Arch, en Londres.

–Cuando uno es atacado y escondido de esa forma, ¿crea su propia realidad? ¿Y se toma demasiado en serio?
–Sí. Existe el riesgo de volverse solipsístico. Por eso traté de escapar de la burbuja de seguridad en la que estaba atrapado. Pero en Inglaterra no me dejaron hacerlo; por eso Estados Unidos se volvió tan importante para mí. Allí me permitieron tomar mis propias decisiones sobre cómo quería vivir, a diferencia de Inglaterra, donde se tendió una red de seguridad a mi alrededor. Y poco a poco logré pinchar la burbuja. Cuando escribí El suelo bajo sus pies, en 1998, pude vivir en una casa en Long Island casi tres meses, sin policías alrededor. De pronto pude conducir mi propio automóvil. Podíamos decidir salir a cenar. Estaba jubiloso.

–¿Hubo momentos de verdadera depresión antes de eso?
–Sí, a veces estaba muy bajo de forma. Y lo sé ahora porque a medida que leo el diario para escribir el libro, puedo ver a veces que la persona que escribía no se sentía muy bien en ese momento. En los primeros dos años y medio estaba muy desequilibrado. Más tarde hubo también ataques periódicos de depresión.

–En sus memorias, escribió en tercera persona, no en primera. Es como si quisiera tomar distancia del personaje que describe.
–No quiero distanciarme de mí mismo. No estoy tan loco. Al principio traté de escribirlo en primera persona, pero no encontraba la voz. Me parecía narcisista o lloriqueante. Dejé de escribir el libro; no lo disfrutaba. En alguno momento se me vino la idea: ¿y si contara la historia como si le hubiera ocurrido a otra persona? Elevaría mi personaje al nivel de los otros y lo describiría con un poco más de objetividad y desde varias perspectivas. De pronto supe cómo tenía que escribir el libro.

–Vuelve menos emocionales las descripciones.
–Pero la historia tiene suficiente fuerza por sí misma. Se tiene una trama que no requiere exageración. No hay que inflarla en la escritura; de otro modo se habría convertido en una ópera.

–¿Tuvo que ver en ese afán de objetividad el hecho de que algunos personajes, en especial sus ex esposas, hicieran comentarios muy desagradables sobre usted?
–Bueno, sí. La única forma de escribir un libro como éste es bajar la guardia. Tiene que hacerse sin defensas. Desde luego hay conductas mías, aspectos de mi personalidad, de los que soy muy crítico. Pero ocurren. La verdad es que los escritores estamos examinándonos constantemente. La profesión conlleva mirar repetidas veces a uno mismo. Me parece que esa es la razón por la que en todo ese tiempo nunca sentí necesidad de ayuda siquiátrica, aunque no me sintiera bien. Escribir es una investigación interna del alma.

–En el libro hace decir a su tercera esposa, Elizabeth West, que usted es un egoísta que va por la vida destruyendo vidas de otros. Ella experimentó la mayor parte de lafatwa con usted, hasta que la abandonó por la modelo india Padma Lakshmi. ¿Podría haber cierta verdad en la evaluación que ella hizo de usted?
–Yo no lo vi de ese modo, pero tuve que dejar que su opinión quedara expresada. De otro modo el libro habría sido polémico y moralista. Pero quiero que las cosas sean tridimensionales, como lo son en una novela. Quiero mostrar al mundo que soy de veras capaz de presentarme a mí mismo como personaje.

–En las memorias sostiene que la vida de un escritor es como un pacto faustiano al revés: quiere lograr la inmortalidad y el precio que paga es llevar una vida horrible. Su vida ha sido difícil a veces, pero de hecho ha llegado a ser el escritor vivo más famoso.
–No es algo que me dé satisfacción, porque siento que lo soy por las razones incorrectas. No fui famoso por el contenido de mi obra, sino por el escándalo en torno a ella. Pero el escándalo no garantiza la inmortalidad, así que no se siente uno muy a gusto con esta fama. Lo único bueno es que cuando llamo a un político para pedir ayuda para un colega escritor que es amenazado, por lo regular el político contesta la llamada. Otros escritores tal vez no tendrían éxito.

–¿Escribiría Los versos satánicosexactamente en la misma forma hoy día?
–Sí. Por fortuna no tengo que hacerlo porque ya lo hice.

–¿No dejaría fuera los controvertidos pasajes del sueño acerca del profeta?
–Claro que no. De hecho creo que están entre lo mejor del libro. En verdad me gustan esos pasajes.

–¿Habría empeorado la novela si no hubiera puesto a las prostitutas del burdel los nombres de las esposas de Mahoma?
–Sí. Había una razón para hacerlo. Tiene que ver con las actitudes hacia las mujeres en ese tiempo. Eran las esposas del profeta; eran muy famosas en su época, pero ningún otro hombre podía verlas porque estaban encerradas en el harén del profeta. De hecho en esos burdeles las mujeres asumían el nombre e incluso adoptaban la personalidad de una esposa del profeta, lo cual las hacía accesibles como fantasía erótica. En otras palabras, el propósito de ese capítulo no es insultar al profeta, sino abordar el fenómeno de las mujeres investidas de poder y la naturaleza de la sexualidad masculina y cómo se inflama por aquello que los hombres no pueden tener. Esos pasajes son serios y en ningún momento sugieren que las esposas del profeta tuvieran una conducta inapropiada. No es tan difícil de entender.

–Uno de los capítulos de las memorias se titula La trampa de querer ser amado. ¿Es ése su problema?
–Ya lo he superado. En ese tiempo pensaba que si tuviera la oportunidad de explicarme con propiedad y explicar Los versos satánicos, la gente entendería que no había razón para molestarse conmigo, porque soy un buen tipo. Pero ahora me he dado cuenta de que siempre habrá personas a las que no les guste lo que hago. ¿Y saben qué? Pues qué pena. Ya no necesito que todos me amen.

–¿Existe aún una amenaza contra usted hoy día?
–No.

–La semana pasada hubo renovados ataques contra instalaciones estadunidenses en Libia, Egipto y Yemen, desatadas por una película que ridiculiza al profeta Mahoma. ¿Le parece familiar?
–No sé con exactitud qué ocurrió en Libia. El gobierno de Estados Unidos ha dicho que no estaba claro si el ataque en Bengasi tuvo que ver con el video. Pudo tratarse de un ataque yihadista planeado de antemano, relacionado con el aniversario del 11 de septiembre.

–¿Le preocupa que las cosas vuelvan a calentarse en su contra?
–Sabe, no me gusta hacer comentarios cuando no sé de qué hablo. Eso se lo dejo a Mitt Romney. Tenemos que dejar de pensar de ese modo; es un modo de pensar nacido del miedo. Y además, es la historia de mi vida, y no voy a dejar que nadie me impida contarla.

–Señor Rushdie, le agradecemos la entrevista.

Entrevista realizada por Philipp Oehmke
© 2012 Der Spiegel

Traducción: Jorge Anaya
(Distributed by The New York Times News Service and Syndicate)

lunes, 30 de julio de 2012

José Clemente Orozco, el genio matemático

•Al inicio de los 30, en Nueva York, Orozco entra al Círculo Délfico, por invitación de sus amigos los Sikelianos, lo que influye en su mural en el Pomona College

GUADALAJARA.- La primera vez que se escapó a la hora de comer para ver la muestra José Clemente Orozco: Pintura y Verdad descubrió que éste era un genio matemático y se desconcertó: “ah, caray, ¿qué no era un muralista?” Hasta abril, el policía estatal sólo conocía el fuego que se abre contra los “enemigos” en estos tiempos de lucha contra el narco; por esa misma razón se negó a dar su nombre. En mayo, descubrió el fuego del pintor jalisciense por casualidades de la vida: le tocó hacer guardia en el Instituto Cultural Cabañas (ICC) para cuidar las piezas del colombiano Fernando Botero.

Lo suyo, lo suyo, es la adrenalina, confiesa el agente parado como soldadito en una de las salas del edificio declarado Patrimonio de la Humanidad, con un anillo y un reloj de plata toscos como sus manos, que sostienen un rifle que igual usa en “combate” que para resguardar pinturas. El arte no figuraba en su vida, hasta que Orozco se cruzó en su camino: “Cuando volteé a la cúpula del Cabañas no podía dejar de ver los murales. Sus colores me transportan, me generan un gran sentimiento de identidad, valoro más mis raíces. Todos los días me doy mi tiempo para que los guías me expliquen más”.

Carlos Monsiváis no se equivocó al decir que la pintura del zapotlense es inolvidable. Y es que la “fuerza” del trazo que obsesionó al policía, es la misma que impactó desde su infancia a Miguel Cervantes, curador de la exposición de José Clemente Orozco (inaugurada el pasado 25 de marzo), visitada por más de 50 mil personas hasta la fecha y que en octubre viajará al Museo de San Ildefonso, en la Ciudad de México. 

Preguntarle a Miguel Cervantes sobre José Clemente Orozco es tocar la puerta a una de una de sus pasiones. La entrevista se realiza en su oficina, en la Ciudad de México, donde abundan piezas de artistas tapatíos como Juan Soriano y Paula Santiago. 

Primero aclara que su interés original es por la producción artística de Jalisco. Ha curado exposiciones en el ICC (de Mathias Goeritz y Ricardo Legorreta), de María Izquierdo y la de Jalisco, genio y maestría; además era íntimo amigo de Juan Soriano. 

“Estoy convencido de que la riqueza artística de Jalisco tiene que verse como un fenómeno regional dentro del país, porque hay un dato muy importante: los monjes que fueron a esa zona eran principalmente franciscanos”, relata Cervantes.

Otro dato es que Nueva Galicia no fue una zona minera y la vida era más austera, relacionada al mundo rural. “Cuando se mezcla esta sencillez y el pasado franciscano, se entienden rasgos de la producción artística”. Para ejemplificar, recuerda la arquitectura de Barragán y los retratos de José María Estrada. 

En 2007, la directora del Cabañas en ese entonces, María Inés Torres, lo invita a coordinar la exposición de Clemente Orozco. “Le dije a ellos que tenía que pensarlo, porque era un compromiso fuerte, y que tenía que ser una revisión crítica, como Paz la hizo”. 

Miguel Cervantes aceptó la propuesta, con la condición de hacer una revisión a fondo. El equipo de investigación inició revisando la bibliografía, releyendo la crítica histórica, catalogando obras y armando una base de datos. 

El dibujo
José García es estudiante de Ingeniería Mecánica. Está sentado en la sala donde se muestran los dibujos de El Hombre de Fuego, con el libro 1984, de George Orwell, a un lado. En su primer día cuidando el espacio como parte de su servicio social, aprendió lo que nunca habría escuchado en la escuela: la relación entre las matemáticas y el arte. “Creía que la pintura eran puras siluetas. Y ahora me doy cuenta que estos bocetos están calculados, que tienen ingeniería (Orozco plasmó con lápiz sus ecuaciones en el papel)”.

En su estudio, Miguel Cervantes explica que colocó los dibujos preparatorios con toda la intención de mostrar la evolución estilística del autor y como uno de los ejes principales de la exposición Pintura y Verdad, ya que son “extraordinarios” y están relacionados con sus murales. 


Prende otro cigarro y toma el catálogo: “Quiero que sientas su capacidad al dibujar”. Se detiene en la Escuela Nacional Preparatoria (ahora Museo de San Ildefonso) y señala los cinco murales que Orozco borró “cuando regresa a terminar la obra, porque eran muy académicos y hay una profunda crítica a sí mismo. Aquí están las ideologías, la revolución y el franciscanismo. A través de él fui atando cabos de la historia de Nueva Galicia”. En estas pinturas aparece otro elemento común en toda su trayectoria: la caricatura, la sátira del mundo político y social.

“Una de las conclusiones a las que llegué es que el muralista nunca abandonó el dibujo al natural, lo mantuvo hasta el fin de su vida”. 

La Revolución
Una parada obligada en la trayectoria del artista es en 1926, en Orizaba, donde hace suyo el tema de la Revolución. Los siguientes dos años realiza en Nueva York una serie de tintas que abordan el tema. “Esa sala es bestial”, remata Cervantes.

La mayor parte de su producción en EU se vendía a través de la Galería de Alma Reed, y pocas se vendieron en México, a personajes como Carrillo Gil. Por ello, muchas no pudieron localizarse. “Esta serie de tintas de la Revolución es uno de los capítulos del dibujo más notables que tenemos de la historia del arte en México”.

No por nada, Juan Tablada llama a Orozco “el Goya mexicano”, apodo que nunca simpatizó al jalisciense.

Su asombro por los paisajes que dejó la Revolución, se mezcló con las anécdotas de la crisis económica de 1929 en Estados Unidos. “Vive el crash en el país más rico del planeta. Es un tema que escandaliza a Orozco y que se refleja en la serie que pintó en Nueva York”.

Una de las piezas que más sorprenden a Cervantes es Los Muertos, de 1931, un óleo de rascacielos derrumbándose, “que refleja la caída de la modernidad”.

En las composiciones también son comunes las construcciones escenográficas, “probablemente muy influenciado” por el teatro al que Orozco acudía en las carpas de la Ciudad de México. 

La geometría
Al inicio de los 30, en Nueva York, Orozco entra al Círculo Délfico, por invitación de sus amigos los Sikelianos, lo que influye en su mural en el Pomona College: El Prometeo, “como el Dios que trae el fuego al hombre; es un paradigma de civilización”.

En los dibujos preparatorios cada vez aparecen más operaciones matemáticas, ya que es la etapa en la que incorpora la teoría de la simetría dinámica que propone Jay Hambidge.

“La geometría cada vez es más compleja, de una precisión absoluta. Y se nota en su siguiente obra en la New School for Social Research. Además, incorpora a héroes civilizatorios, como Gandhi, Lenin y Carrillo Puerto; es la revolución como transformación del hombre”, cuenta Cervantes.

La exposición fue divida en 34 momentos y de manera cronológica. Miguel Cervantes no puede ocultar su obsesión y su redescubrir al artista en cada paseo por sus imágenes. Cuando se trata de Orozco, no le preocupa el tiempo.

Del regreso del pintor y los murales que hizo principalmente en Guadalajara, resalta que “algo que siempre le impresiona es cómo traduce el dibujo a los muros. Porque en papel un trazo de tres centímetros puede ser de un metro en el mural, entonces pintas con el cuerpo. Y lo impactante es que no usaba calcas, los bocetos los traducía directos”.

Es pues, como si las matemáticas se incorporaran a su memoria corporal.

El curador no tiene claro aún cuál es el misterio de la personalidad de Orozco, “su melancolía, la hosquedad, la introspección, el ensimismamiento, no lo sé. Pero es evidente que la pérdida de una mano de su capacidad visual en la juventud, le tuvo que haber afectado; para un pintor la mano es sagrada”.

Sin saber qué tanto influyó esto en su creación, “en Orozco se nota una sabiduría visual”. Otro elemento importante para Miguel Cervantes: José Clemente Orozco es el príncipe del claroscuro, “más tonal como lo fueron Goya o Picasso. Su paleta sobria es contraria a la de coloristas como Matisse”. 

La verdad
Tres historiadoras del arte de la Ciudad de México visitaron la semana pasada José Clemente Orozco: Pintura y Verdad. Lo primero que preguntaron es por qué se utilizó la palabra “verdad” para el título.

Alicia Lozano alguna vez explicó que se debía a la búsqueda de la verdad del artista. La reflexión de Cervantes es similar, porque “¿hasta qué grado a la pintura le concierne la verdad? Y sí creo que Orozco tenía una ética artística en la que sacar su verdad era importante. No se refiere a La Verdad, con mayúscula”.

Siguiendo con la exposición, la historiadora por la UNAM Itzel Rodríguez Mortellaro considera que no hay muchas novedades, y que se quedó con ganas de ver xilografías, piezas de contorsionistas, monjas, cementerios y dibujos en periódico que no están incluidas. “El 90% de las obras son bastante conocidas”.

Por su parte, Ana Garduño opina que la muestra es más una recopilación de obras y que no hay investigación, pues en la mayoría de las fichas se repite información de personajes como Justino Fernández. “Se pierde la oportunidad de hacer una revisión crítica”.

Como sea, las tres investigadoras que viajaron a Guadalajara para ver la muestra, confiesan que la disfrutaron, principalmente los dibujos preparatorios.

Y aún con los cuestionamientos, tanto empleados del Cabañas como extranjeros y artistas locales han gozado de las más de 300 piezas, porque el simple hecho de ver la obra, “se agradece”. (Cortesía del diario El Informador)

Domingo 04 de julio de 2010
Alejandra Guillén (El Universal)
cultura@eluniversal.com.mx

viernes, 27 de julio de 2012

Samurái. Tesoros de Japón, muestra del Museo Nacional de Antropología

•El Museo Nacional de Antropología exhibirá desde el viernes, 185 piezas de Nagoya, Japón

La vida de los samuráis, los míticos guerreros que han poblado el imaginario japonés, pero sobre todo la aportación que los guerreros de élite de la ciudad de Nagoya, Japón, dieron a la cultura, a las artes y a la filosofía, llegan a México con la exposición Samurái. Tesoros de Japón, que el viernes 27 abrirá sus puertas al público en el Museo Nacional de Antropología (MNA).

Integrada por 185 piezas provenientes del Museo de la ciudad de Nagoya, la muestra exhibe armaduras, espadas, katanas, diversas prendas y utensilios representativos, biombos que ilustran batallas y paisajes, óleos, retratos de guerreros, libros, piezas de cerámica y más. Algunas de estas emblemáticas piezas, como las armaduras y katanas, sólo estarán exhibidas durante 45 días, pero serán sustituidas por otras. “Esto se hace por cuestiones de conservación, ya que en Japón hay una legislación que no permite que sus tesoros sean exhibidos más de 45 días”, comenta en entrevista Érika Gómez, coordinadora de proyectos de exposiciones del INAH.

La exposición, organizada por el INAH, dará cuenta de esta cultura guerrera que surgió en Japón en el siglo X y se extendió hasta el siglo XIX, específicamente la vida de los guerreros samuráis en la ciudad de Nagoya, hoy capital de la prefectura de Aichi.

“Nagoya es una de las cuatro ciudades más importantes de Japón, con una de las colecciones más amplias y de donde proviene una de las familias más importantes, Tokugawa, que gobernaron Japón desde 1600 a 1868 y que trajeron la paz durante tres siglos”, comenta en entrevista Miguel Báez Pérez, coordinación académico de la muestra.

Por lo tanto, explica, la intención es mostrar “el paso del samurái guerrero, de la época en que todo era batallas, a los siglos donde el samurái, más bien, se dedica al arte, a la filosofía, a la poesía, a las construcciones”. Y Nagoya es una de las ciudades en donde a partir de 1610 y hasta 1900 se da un boom cultural, y se convierte en una de las grandes ciudades de Japón, hasta hoy en día. “Es una ciudad muy cultural, por lo tanto esto se nota en los samuráis y en los vasallos, en la gente común del pueblo”, agrega Báez Pérez.

Entre las aportaciones de esta cultura guerrera destacan los libros o códigos del guerrero, los cuales dictan las reglas de cómo debía vivir un samurái, con una serie de valores como el respeto, el honor y la humildad, que hasta la actualidad prevalecen en la cultura nipona.

“Para saludar, presentarte una tarjeta o para tomar el té, los japoneses hacen toda una ceremonia. Todos estos detalles son formados a partir del momento en que el samurái comienza a ser pacífico y que el tiempo de la guerra pasa. Ellos siguen siendo militares, pero su tarea es ser gente dedicada a las artes, particularmente la gente de la ciudad de Nagoya”, señala Báez Pérez.

Monstruo mítico
Curada por Takako Tsuda y Kazuyuki Torii, ambos del Museo de la ciudad de Nagoya, la exposición está dividida en cinco núcleos temáticos.

El primer apartado se centra en los antecedentes de esta cultura guerrera. “Lo que sucede en Japón antes del siglo X, el momento en que se considera que surgen los samuráis, que tiene el oficio de ser guerreros y que es un oficio transmitido de manera hereditaria”, explica Béz Pérez.

El segundo apartado comprende el periodo que va desde el siglo X hasta 1600 y muestra a Japón en las constantes revueltas que se libraron entre los grandes clanes de samuráis. El tercero se centra en mostrar las armas, sables, puntas de flecha, y piezas que representan escenas de campamentos guerreros en donde se observa al genera portando su armadura.

Un cuarto apartado exhibe el paso hacia el mundo pacífico, que tiene como punto de partida la construcción del Castillo de Nagoya, emblema de esta ciudad japonesa, recordada por su posición estratégica y por la enorme cantidad de batallas sucedidas en sus alrededores. En ese apartado se exhiben piezas significativas del castillo, como la reproducción de un Shachihoko, que destaca en la fachada de este edificio construido en el siglo XV y reconstruido en el siglo pasado luego de ser destruido por un bombardeo aéreo durante la Segunda Guerra Mundial.

“Es un monstruo mítico con cuerpo de pez y cabeza de tigre; un animal con buenos augurios y es símbolo de la prosperidad”, dice Báez Pérez.

Esta pieza da paso a la quinta unidad de la muestra: La prosperidad de Nagoya, con pinturas y óleos que muestran a mujeres en el verano, del monte Fuji; cerámicas, pinturas de seda o sobre papel. “Obras que nos dan una idea del tiempo de paz, donde el samurái se convierte en un hombre académico, poeta, filósofo, que usa más el cerebro que el músculo”.

Esta exposición, que estará disponible hasta el 11 de octubre en el MNA, llega al país en reciprocidad por la de Esplendor del México Antiguo: los Olmecas, que entre 2010 y 2011 se presentó en cinco ciudades japonesas, Kyoto, Tokio, Kitakyushu, Nagoya y Kagoshima, y que fue apreciada por más de 150 mil personas.
Martes 24 de julio de 2012
Abida Ventura | El Universal

lunes, 23 de julio de 2012

Esther Tusquets editora y escritora falleció en Barcelona


Barcelona 
Lunes 23 de julio de 2012 / EFE

•Esther Tusquets falleció en un hospital de Barcelona a los 75 años.
•Inició su carrera literaria como escritora en 1978

La editora y escritora Esther Tusquets falleció hoy en un hospital de Barcelona a los 75 años, informaron fuentes editoriales.


Nacida en Barcelona en agosto de 1936, Esther Tusquets se licenció en Filosofía y Letras en 1959 y al año siguiente pasó a desempeñar el cargo de directora de la Editorial Lumen, que ocupó durante cuatro décadas.

Inició su carrera literaria como escritora en 1978, con la obra "El mismo de Marzo de todos los veranos" , primera de una trilogía compuesta por "El amor es un juego solitario" y "Varada tras el último naufragio" .En los últimos años se dedicó a escribir sus memorias, con obras como "Confesiones de una editora poco mentirosa" y "Habíamos ganado la guerra".

jueves, 19 de julio de 2012

Sexoservidores y strippers cada vez son más solicitados en México

•Mujeres recurren cada vez más a sexoservidores
•Se rompe el miedo a experimentar, afirman especialistas y varones en ese oficio

Periódico La Jornada
Jueves 19 de julio de 2012, pág. a48

Moreno, caliente, bien dotado. Sólo atiendo mujeres. Anuncios como éste, antes muy escasos, comienzan a aparecer cada vez con mayor frecuencia en Internet. Es un fenómeno relativamente nuevo: mujeres que buscan placer recurren a opciones que antes se creían reservadas para los varones, incluida la contratación de escorts.

Ya sea por atemperar vacíos emocionales, por cubrir apariencias, por diversión o simplemente por conseguir la satisfacción que no saben dar sus parejas, muchas mujeres se han convertido en consumidoras de este servicio, subvirtiendo la idea que ellas no lo necesitan.

La inercia de una cultura sexual en la que todavía domina el miedo a experimentar y a ser empieza a cambiar poco a poco, según especialistas y sexoservidores consultados por La Jornada.


A las mujeres les falta tratar de divertirse

Con casi cuatro años en este ambiente, Robert sabe que el trabajo de gigoló es una experiencia contradictoria: se puede vivir muy bien de él –más de 40 mil pesos en un buen mes–, pero al mismo tiempo se debe estar listo para hacerla de bailarín, actor y psicoanalista. Y tener trucos para sobrevivir.

La mayoría de la gente piensa que vender el cuerpo es una alternativa fácil y hasta divertida para ganar dinero. Pero de fácil nada tiene. De divertida, algunas veces. Lo cierto es que para hacerse de clientes, e incluso de hacer amigos a los clientes, es necesario tomarse en serio este trabajo y que ese profesionalismo se note.

La mayor parte de sus clientes son hombres, pero las mujeres significan un reto particular. Ellas, dice, pueden ser tan temperamentales y golosas como el hombre más mujeriego, o más, aunque en un país tan machista y tradicional como México no lo parezca.

Sin embargo, más de una vez ha tenido que atender a mujeres solas que, más que sexo, desean a alguien que las escuche. Cuando eso sucede lo mejor es tratar de ser el compañero perfecto, dar un buen consejo, oír sus problemas durante tres o cuatro horas y después irte, algunas veces sin cobrar.

Luego de haber estado con más de mil clientes, entre hombres y mujeres, la conclusión a la que llega con respecto a la cultura sexual de los mexicanos no es muy alentadora: tanto a unos como a otras les da miedo experimentar, dejarse ser.

“La mujer piensa que nomás es tirarse en la cama y abrir las piernas, y no. Algunas se dan cuenta de que es rico hacer sexo oral, y que si se sube, ella puede moverse como le guste. Pero no lo hace porque piensa ‘¿qué va a decir de mí? Que soy una puta, que me las sé de todas, todas’. A las mujeres les falta algo que el hombre tiene mucho: tratar de divertirse.”

El precio de ser mujer exitosa, inteligente y segura
Desde muy joven, Felipe se dio cuenta de dos cosas: una, la pasión de su vida era la arquitectura, y dos, la mejor manera que tenía de costear sus estudios era dar a las mujeres lo que ellas no encuentran en casa. A golpe de orgasmos, algún día tendrá un despacho que lo ponga a competir con Niemeyer o Calatrava.

A sus 26 años, él es uno de los pocos profesionales de la ciudad –al menos eso dice– que únicamente atienden mujeres, y aunque dar buen sexo es su negocio, este factor ni siquiera es el más importante.

Pensar eso es un error. De cada mil mujeres, dos buscan sexo para llegar al orgasmo que nunca han tenido; pero también muchas buscan con quien platicar, y tal vez lo que su marido no les da es tiempo.

Un buen ejemplo de ello es una señora guapa y rica a la que le tuvieron que amputar ambos senos para salvarla del cáncer, y que ahora genera rechazo en su marido.

Aquella tarde, luego de quitarse la ropa frente a Felipe, la mujer rompió en llanto, le confesó que por este problema había tenido que iniciar una terapia psicológica y, después de desahogarse, ni siquiera pidió tener sexo. El servicio ya estaba dado.

Como en el caso de Robert, también en su cartera de clientes hay de todo: niñas bien, adolescentes que quieren perder su virginidad con alguien que sepa qué hacer, señoras de 60 años que ahorraron todo el año para darse un gustito, o que llegan a bordo de Mercedes, con escoltas, y que dan de propina el doble de lo que pagaron de cuota.

Sin embargo, de entre todas sus clientes hay un tipo en particular que parece estar surgiendo cada vez más: las que son exitosas, inteligentes y seguras de sí mismas, y que justo por eso parecen tener menos posibilidades de encontrar ya no digamos pareja estable, sino alguien con quien compartir la cama al menos una noche.

En el otro extremo de la ecuación hay mujeres muy inseguras en todos los sentidos, que no se sienten atractivas ni capaces de tener a un hombre, o tienen mucho miedo de experimentar con su pareja. Su círculo social es muy cerrado, son muy recatadas y, por increíble que parezca, no saben lo que es un orgasmo. Tienen miedo de dar placer, y más de sentirlo.

A diferencia de un hombre, los motivos que llevan a una mujer a contratar un servicio sexual tienen mucho que ver con la necesidad de sentirse acompañadas, escuchadas y atendidas, coincidieron sexólogos.

Para David Barrios, médico y sicoterapeuta sexual, las clientas pueden recurrir a este servicio por cubrir un vacío sentimental y afectivo importante, pero más allá de tener un orgasmo sensacional, quieren tener alguien que atienda sus necesidades emocionales, porque aun cuando muchas pueden tener pareja estable, ya no hay convivencia, afecto ni sexo, o si lo hay, es de pésima calidad.

Por otro lado, señaló el especialista, hay un fenómeno paralelo que se hace cada vez más visible: muchas de las consumidoras de servicios sexuales son mujeres que se han quedado solas, de manera paradójica, por ser inteligentes y autosuficientes, ya que esas características ahuyentan a los hombres machistas.

Aunque en términos generales las mexicanas siguen siendo inhibidas en cuanto a la expresión de su sexualidad, por temor a críticas, “en los pasados 15 años un sector de mujeres de clase media urbana, más informadas y empoderadas, está haciéndole caso a su derecho al placer, lo busca y lo conquista”, aun mediante un contrato sexual.

Juan Luis Álvarez Gayou, director general del Instituto Mexicano de Sexología, coincidió en que la emancipación femenina va a pasos agigantados, y una muestra indirecta de ello –no la única– es que ellas también se vuelvan consumidoras de un servicio que estaba supuestamente reservado para los hombres.

domingo, 20 de mayo de 2012

Dos poemas de Ricardo Escartín Navarro



Cupido adúltero
 Ahí radica el centro
del humano dolor
cuando al espíritu
la paz no alcanza
sin saberlo en su persona
aplica al otro
insincera compañía
acercamiento aparente
eventos catastróficos
una buena borrachera
la infidelidad flagrante
afectado por la serenidad
devastada, cuando afina
la puntería Cupido y hiere
de muerte al adúltero.




Noche de viernes
La vuelves celebración
con tu sonrisa en los ojos
deleitada del frescor
por el tinto sobre la fruta

Desbordas tu contento
contra los manteles de la alegría
no niegas ni un segundo
festejar hasta el tope
en el instante ingenuo
que llenas con tu dicha

Saboreas el ruido intenso
ante la mesa de la vida
la resistencia te abandona
vuelan tus brazos y tus sueños


Ricardo Escartín Navarro
Odontopediatra/Poeta

martes, 10 de abril de 2012

Pastelillos de palabras


Por Andrea Herrera

Que detrás del puesto de pasteles, estaba el aire que corría y la gente que pasaba.
Nadie veía los pasteles, una pena. Porque los pasteles estaban esponjosos, coloridos y adorables. Tenían formas varias y esperaban. Ahí, para que se les vea, les vieras que tú les contemples, con esa textura tan de ellos: textura pastélica… ¿será?

Luego a los escritores, sobre todo a los grandes; les da por conjugar palabras inconjugables, conjugan hasta los adverbios. Pero es así, el lenguaje, a veces, si no es que siempre, no logra expresar lo que se viene, lo que se siente. La cuestión realmente, no es que la palabra no quiera y no es por capricho, es simplemente que afirma que N-O P-U-E-D-E. Es imposible y complicado, como una red de telaraña vieja, suplicar a las palabras que expresen lo que el pecho encierra, lo que la sonrisa desbordada hasta el sangrado, y las mordidas dadas al cup-cake, algo de harina y huevo.
 
Cuando sujetas mi mano está el calor del café presente delante de mí, junto al panecillo. La palabrería no lo expresa como “calor de café en mano con glasé”, entonces yo me limito. Y así, decido sujetarte más fuerte y por debajo de las venas.
Las palabras no ceden. Entonces nos fragmentamos y nos rompemos.
Incluso en este momento, la palabra es nadie y es nada. La letra se deforma.
Corre una tinta y las mordidas sobre tanta palabrería.

En el fondo nos sentimos y nos vemos tan pastelillos. Detrás de nuestra vitrina luminosa, tan quietos. Aguardamos con nuestra pastélica consistencia, humana, muy humana. Intentando comunicarnos, con palabras y azúcar; esperando algo, aguardando, alguien, ser visto o simplemente algo. Pero esperamos sobre todo ser devorados con, palabras verdaderas.
Y después la muerte, más, más y allá, la muerte. La muerte de la palabra arrodillada ante la caracola sorda de nuestro oído, así: tan simple, dirigida al precipicio.